El registro que tengo de su cara es el mismo, mientras que la mía ha envejecido, y no puedo menos que llorar sobre el tiempo no pasado por su cara, que me mira niña desde el sepia de las fotos en blanco y negro, con el bordecito recortado como encaje.
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Entonces mi padre me dijo que dejara la escuela, porque ya sabía leer y leyendo podía aprender otras cosas. Pero yo no acepté y me puse fuerte y seguí yendo a clases.