Las Evas tenemos una manera de enamorarnos que nos caracteriza. Y es la de hacerlo del más gilipollas de todos los de la fiesta. ¿Por qué?
Porque nos pone el más fuerte, duro y machito. El más chulo de sus amigos. El que se ríe del débil. El que gana las peleas. El más admirado. Y no es casual. Es que queremos ser como ellos. Es que deseamos esa fortaleza, esa chulería y esa independencia. Queremos también ganar las peleas y proyectamos en el objeto de amor nuestros deseos más inconscientes.
Y es que en nuestro interior, allí dentro del medio de las entrañas, no nos creemos que podamos nunca llegar a ser fuertes, admiradas, independientes. Y lo vemos en el otro, y lo deseamos, al menos, en el otro.
Y así, lo idealizamos y lo montamos en un pedestal en el que nosotras estamos debajo mirando y esperando ser miradas, seduciendo, poniendo ojitos, haciéndonos las débiles (al macho en cuestión le mola el rollo de proteger, pa´eso es el principe azul…), inventándonos cabriolas para conseguir su atención, y su amor.
¿Lo conseguimos? A veces. Algunas de ellas, resulta que el principe sale rana, y nos acostamos con él una noche y a la siguiente se acuesta con otra y ya no nos mira a la cara… Qué lindo hombre, ¿verdad?
Otras nos quedamos esperando hasta hartarnos. E incluso ya al final, nos decidimos y se lo soltamos a la cara cuánto lo amamos. Y ahí descubrimos lo poco que se merece nuestro amor, pues no da la talla.
Quizás salga de estos vínculos (gilipollas-tontaenamorada) alguna relación estable. Contádmela por favor. Yo aún hoy no la conozco.
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