Subo la montaña, llego a la cima.
El verano grita su atardecer abierto.
Hay palmeras, buganvilias, jazmines,
pinos aislados, inclinados,
hay caminos serpenteantes, casas.
Azulejos, paredes encaladas, olivos.
Bajo como una gata, recuperando
la flexibilidad de las piernas, lo mullido
de las plantas de mis pies endurecidas.
Llego al mar.
De pronto la bruma cubre el cielo,
el agua se pone verde cobalto de plata.
Se pierde el horizonte, desaparece.
Las olas se cargan negras, como humo en el incendio.
Estallan blancas y fieras sobre las rocas ardidas
que las rompen en mil pedazos, las perforan, las raspan
mientras ellas rugen tormentas de sal ensordecedoras
y luego se abren, apaciguadas y veloces,
como un delta sobre mis pies,
hundiéndome un poco en la arena.
“Ahí quieta, un momento. Atiende.
Tú tienes de esto.
No lo olvides.”
(Poema, a quienes luchan y viven)
A Lula, Pepa, Sofía, Tico, Yamila, Miguel Ángel, Francis, Marialuisa, a Paco Jerez y Paco Gilabert, a Liliana Costa, a Lola e Isabel, Juana, Eva y Jesús, Saray, Angels, Begoña, a Pilar, Pablo, Gabriela, Azucena, Vecha, a Odette y Sole Enfrecida, a María Bardena, a Carmen, Marta, Lola, Lupe, Laura, María, Mónica, Micaela, Helena, Ana, Cecilia, Arita, Marisa, Gadye, Ximena, Marili, Patricia, Eloísa, Zulma, Esther, Michael, Álvaro, Albert, Roberto, Patricia, Xeta, Coral, Francisca, Francisco, Marga, Mariángeles, Mavi, Carlos, Violeta, Cristina, Maite, Elvira, Krmen, Jotacé, Mónica, Mercedes, Valeria, Patricia Karina, Teresa, Beatriz, Rafael, Jorge, Luz, Ela, Xavier, Eva, Raquel, a Mapi, Adriana, Stella, Lu, Maria Elena, Concha, Eulàlia, Antonio, Josémaría… A quienes luchan y viven.