CONTRA LA ADMIRACIÓN, RADICALMENTE. Hay algo que a mí siempre me ha dado miedo en la admiración, y por eso he salido por patas (si posible y a veces cuando imposible) cuando la veía en el amor (en sentido amplio, lo de “amor”): admirar como ese recibir lo que comparte la persona admirada como si fuera siempre verdad inmutable, razón absoluta, oráculo. Admirar como ese suspender todo criterio, que es suspender el ejercicio de la libertad y el amor a comunicarse entre personas (“iguales” en ese sentido). Admirar como renunciar al diálogo para crecer en mutua compañía. Gracias a huir y esquivar la admiración, además, pienso, no me he entrenado en ser sensible al halago, algo de lo que me alegro cuanto más pienso sobre el mundo patriarcal. (El halago, ese corroer que deja reducida la inteligencia de la gente, corta alas, reduce cabezas, somnífero de pereza, por ponerme malota en esta frase, ¡lo siento!)

Así que seguiré sospechando de la admiración, guardando mis distancias, escuchando muy atentamente y saliendo por patas donde la halle. Y seguiré amando pasionalmente la crítica, como gesto valiente del amor más amante y amoroso, del amor que intenta ser lo más libre posible de todas las cadenas de admiración y desprecio que nos rodean.
Admirar, la sacrosanta transmisión del desamor, la soledad, la incomunicación.

Prefiero que me escuchen y me hablen con libertad a que me admiren. Contiene mucho más amor.


Admiración 2: más sobre el HALAGO (la versión para nenas de la admiración en el patriarcado). Pensaba que en el patriarcado, halagar está bastante relacionado con algo que se le hace a las mujeres y no a los varones. Y el mundo del halago a las mujeres es degradante para ellas, como ridículo, pues no se centra en sus talentos o virtudes sino en todo lo que las hace muñecas, animales bonitos y dóciles. No?

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