Es indudable e incuestionable: yo también quiero que me quieran, pero cuando actúo y me pronuncio y siento y pienso sin considerar por un instante si eso hará que me quieran, reaccionas con violencia: empiezas por llamarme arrogante y terminas llamando a la construcción de una hoguera en la plaza, para mostrar que si tú no me quieres, yo debo ser aniquilada.

Quizá el problema es que no tienes el valor de averiguar cómo querrías actuar, pronunciarte, sentir, pensar; que eres una esclava, un esclavo, y yo, la prueba viva de que has elegido, de que tenías más opciones.

 

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