por michelle renyé (mujerpalabra.net > Creadoras)

Un subidón de adrenalina. Como creadora (escritora) y también en momentos vitales de comprensión, a lo largo de mi vida he experimentado algo que hoy puedo nombrar. Os lo cuento porque esta información, esta posibilidad, que cuando sientes un subidón de calor y mareo (o como lo sientas eso que sientes) y crees que será lo que te dicen que es (algo malo), sepas que no estás enferma o tarada, que no necesitas tranquilizarte, renunciar a todo lo que te hace la vida emocionante, crear, imaginar, reflexionar, aprender… No estás en peligro de volverte loca o de darle problemas a tu familia y tu comunidad.

Cuando vives la ilusión, la alegría de la curiosidad, la aventura increíble de aprender, o de descubrir algo en un proceso creativo, cuando experimentas ese tipo de intensidad mental, te puede ocurrir algo natural que no se explica como una tendencia a la locura, un desbordamiento por estrés o depresión. Se explica sencillamente como una subida de adrelina.

Aunque tengo que informarme mejor, recojo ahora en algunos momentos del camino que va conduciendo a un momento de comprensión vital como ése.

Como persona idealista y creativa, desde la infancia hasta la edad casi de la jubilación, la sociedad me ha transmitido continuamente que mi imaginación, mi inteligencia, mi ser vital, era un peligro para mí y la sociedad. Tenía que tranquilizarme, descansar, callar, parar quieta… De mujer ya me recordaba ese magnífico relato feminista de terror psicológico de Charlotte Perkins Gilman, The Yellow Wallpaper, una historia que habla de la realidad que enfrentaban las mujeres que querían desarrollar una actividad intelectual como escribir (porque no podían evitarlo, estaba en su mundo interior, que es decir también en su cuerpo, en su mundo de vida física) para poder respirar. En la historia de Gilman, a no ser que se interprete como metáfora crítica, la cosa acababa mal: la mujer que tenía en su interior capacidades y deseos humanos, algo que la cultura patriarcal le niega a las mujeres, acaba “volviéndose loca”.

Me recordaba también otra historia, que cuenta Alice Walker en un libro de ensayos impresionante, una historia que no “acaba” mal porque alude a una realidad muy dura, la vida de mujeres negras esclavizadas. En “In Search of Our Mothers’ Gardens” (que traduje algo para mujerpalabra.net > Otras secciones > Conoce a…) Walker explica que una antecesora suya (imaginemos que serían muchas), con la vida de violencias/injusticias de todo tipo que sufrían las mujeres esclavizadas, se levantaba antes de que empezara su día para trabajar en su jardín de flores que había plantado. Un espacio para la creación de realidad propia y una declaración de insumisión al tiempo. Y Walker entra en blues y furiosidad feminista imaginando cuántas artistas, pensadoras, activistas padecieron eso y no pudieron desarrollar lo que podían y deseaban hacer, y sabiendo que se nos ha robado su historia por el arma de destrucción masiva que es la omisión. Qué admirable y bello es que hayamos sobrevivido, a pesar de la tristeza y furiosidad por todo lo perdido o impedido, explotado y distorsionado. Qué erróneo es pensar que al no estar en la historia, no hemos impactado en la sociedad. Hemos sido vitales (no sólo para perpetuar un sociedad violenta sino también para superarla).

Sin duda, la presión contra las identidades humanas del sistema sexo-género patriarcal puede tener ese efecto: acabas dudando de ti, tienes que ser muy fuerte psicológica, emocional, vitalmente, tener ideales, esas guías leves para acompañarte, flexibles para no desconectar con la realidad, y poderosas para no confundirse, para poder no dejarte vencer ejecutando tú misma, obediente a la comunidad prevalente, tu destrucción. Sé por mí y por escuchar a las mujeres (y en general a las personas) que no paramos de repetir a diario lo incapaces o enemigas que somos en todo tipo de variantes y grados. (Eso sí, sólo aplicado a todo lo que el patriarcado no nos permite ser, decir, hacer, porque en lo obligatorio, aunque no haya reconocimiento, se ve que sólo lo podemos hacer las mujeres.) Me ha costado una vida re-aprender a cada paso, para dejar de odiar ser una estúpida e incapaz niña, para dejar de verme como mujer incapaz, dejar de tratarme como me trata mi sociedad, un peligro a vigilar, por no estar bien “socializada”, por ser yo siempre, en lo que se espera de mí y en lo que no, en lo que ni se imagina que yo pueda ser. (Menos mal que con todo, siempre me he sido fiel; es un amor muy grande a las cosas que son, aunque sólo tú las veas. Be true to yourself, dijo Hawthorne en voz de Hester Pryne en The Scarlet Letter, denuncia de la misoginia y lo más raro, valoración de las cualidades humanas de la protagonista.) Me gustaría poder recoger todas esas frases que te dicen desde pequeña para educarte, que es aplastarte lo que te da la vida, o su potencial. Pero no hoy.

Hoy estoy de celebración. Ya sé que cuando escribí “La catedral” (en mi poemario Tu muerte en mis sueños y los animales, descargable en mi web) y de pronto quité los dedos de las teclas porque el teclado o los dedos me ardían, ¡era esto! ¡No fue una imaginación! Fue un viaje tan intenso escribir aquella prosa… Qué felicidad haberme dado cuenta de que lo que sientes cuando la cosa se pone muy intensa es algo químico.

Anoche por ejemplo volvió a ocurrir. Inmersa en el mundo de escribir Sisters. Workshops with Poems for Lifelong Learners of English, vi como con todo mi cuerpo que la historia de la sufragistas en Estados Unidos no era sólo la escrita por un grupo pequeño (y abiertamente racista) de sufragistas blancas, que no contaban lo que le debían al impacto de las activistas negras del movimiento abolicionista, antilinchamiento y sufragista desde los 1820s y 1830s. Activistas que, a diferencia de las mujeres blancas, estaban en masa estaban a favor de conseguir el voto (sin obstáculos) para las mujeres, para todas las mujeres, para todas las personas. Mientras leía una Crisis de 1912 (la revista de la NAACP, el grupo de derechos civiles en el que estuvo también Rosa Parks y Martin Luther King) dedicada al sufragismo, estaba ESCUCHANDO sus voces directamente, sus análisis lúcidos y, de pronto, como una metáfora viva, físicamente, mi cuerpo computó el encuentro con un subidón de adrenalina. Me subió el calor y el mareo, y me asusté. ¿Sería verdad que mi intensidad vital era una enfermedad? Sin poder dejar de leer, para no romper ese precioso momento vital de comprensión, reuní todos mis papeles subrayados y me los llevé al sillón, para apoyar la cabeza y ver si se me pasaba el mareo. Y se me pasó.

Hoy tenía doctora para el análisis de sangre del año y aproveché. No nombrando mis sospechas, pregunté: “Me pasa [esto] y he notado que me ocurre cuando estoy trabajando [como escritora]. ¿Qué puede ser?” Y para mi sorpresa absoluta (porque NUNCA me ha pasado algo tan normal y lógico), no me dijo: “La menopausia puede durar una década” o “Te estresas, bonita, intenta tranquilizarte”… Me dijo: “Puede ser una subida de adrenalina”. Tenía sentido, realidad. Lo venía sospechando: que en lugar de algo enfermo, lo que me pasaba era algo normal y bueno, pero el adoctrinamiento cultural nos crea grietas absurdas y poderosas para poder ver la realidad, nuestra realidad, eso que nos puede ser tan evidente.

Me voy a poner otro ratito, que al estar algo cansada ya de tanto vivir no puedo ponerme 16 horas como antes. Además, he vuelto a la infancia: descanso y vagueo, no va a ser todo trabajar en los resquicios entre las obligaciones atrapando un tiempo que vuela a gran velocidad. Hoy vuelvo a Sojourner Truth y mi Harlem Renaissance women writers para seguir disfrutándolas, sin preocupación si de pronto ardo y me mareo, porque ya sé que mi mente tiene subidones químicos cuando descubre cosas que me importan, por ejemplo, cuando estoy escribiendo o aprendiendo.

Sol

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