Última noche en el Gujerillo, un barrio obrero, multicultural, que contrasta con el barrio de clase media, internacional (nótense las palabras asociadas) al que nos mudamos mañana. No es la primera vez que viviré en un barrio de clase media, y tiene sus cosas buenas, y una es algo que fue muy criticado hace décadas, la cuestión de los modos, que la gente vive sus dramas hacia dentro y no a grito pelau para que se entere todo el barrio. En el Gujerillo, siempre tienes una persona vecina que ha nacido para joderte viva, y por eso tienes que salir al rellano de la escalera a gritarle lindezas a cualquier hora del día, y de la noche. Y si te hartas, siempre puedes, literalmente, tirar la casa por la ventana, o alguien, o a ti misma. Nada de tragedias disimuladas y puertas adentro.
La pobreza en el Gujerillo es obrera, no mendiga, pero con lo malo de la pobreza sistemática obrera de siempre luchar por estirar. Con todo, hay mendicidad sin casa y también con con casa, y personas con la cabeza perdida por una vida de pobreza, de necesidad no cubierta, de machaque continuo sin saber las más de las veces que lo sea, porque no se conoce otra cosa. Y mucha gente mayor, excepto las personas del África negra, que al menos parecen bastante jóvenes, y las familias gitanas, que siempre tienen a gente de todas las edades y van juntas y juntos a comer y cenar por ejemplo al Repipi, donde hemos cenado hoy.
En el Repipi y el Piripi, sin embargo, no hay diferencias de ningún tipo, como en la playa, y todo el mundo come y bebe como si no hubiera injusticia. Hoy hemos cenado allí a modo de despedida simbólica de este año nuevo como personas recién llegadas a esta región. Y me he dado cuenta de algo, de nuevo! Me he acordado, más bien.
Que si una cosa tengo es peligro. Por eso siempre estoy trabajando, concentrada en trabajo intelectual que tiene propósitos de cierto mérito o valor dado su espíritu independiente y crítico, alegre y pasional, porque no puedo parar, porque si paro percibo la vida con una intensidad tan grande que me conmueve o me rompe, y no puedes ir llorando de emoción por el mundo, al menos si eres una tía dura como yo, que una tiene ese tipo de orgullo mítico.
Había un niño en una mesa con tres mujeres, abuela, hermana y madre, y un hombre, el padre. El niño le iba haciendo trucos de magia a su madre, su abuela, su tía, y vuelta a empezar la ronda, y me miraba por el rabillo del ojo porque sabía que le miraba sonriendo e interesada. Tenía ganas de decirle, “Pequeño plasta, es muy interesante que te hayas fijado en la magia. Ahora la gente de la ciencia llamada neurociencia está fijándose mucho en los hombres – aún no he visto a magas – del mundo de la magia, por cómo nos hacen creer cosas que no son, pero físicamente, no como los corruptos manipuladores torturadores asesinos. Y con esto no quiero quitarle asombro a la ocupación. Es maravilloso que hagas magia, que quieras hacer magia, que sepas así de claro que causa asombro y que quieras dárselo a la gente que quieres.” Me conmovió también el scrunchie de las coletas de la abuela y la tía, y las coletas. Porque me conmueven las coletas de las mujeres y aún no lo sé explicar, supongo que es algo muy intenso simbólico, con siglos de voces no escuchadas detrás. Aprendí la palabra scrunchie (goma del pelo con tela que hace ondas) en Sex and the City, una serie estadounidense de unas mujeres que hablan inglés como yo (esa variedad) pero que son de un mundo del glamour que quita el hipo. (Lo veía por curiosidad y porque hablaban de sexo y aprendía vocabulario. El episodio fue de los que me hubiera ahorrado, porque salía la relación con un escritor amante que no podía soportar ser menos popular que ella y escribir peor. A otra.)
Pasó también una mujer africana con bebé atado a la espalda, tan tranquilo, mirándolo todo, y yo la miré sonriendo y dije “No, gracias” (que yo misma, por días, me daría de tortas diciéndome: Pero tú de qué sonríes, suelta algo, chupóptera implacable, que para mí es poder Vivir), pero ya lo sabía. Eso sólo funciona con los hombres, no con las madres africanas. Y no es de sorprender, claro, llevando la carga tan bonita que llevan con la vida tan dura que tienen. Me puso una pulsera de Senegal y a Atticus le puso un elefantito delante, por suerte, no de marfil, y Atticus entonces me pasó un billete de cinco (yo estaba más cerca) y según se lo daba, él y ella se rieron (como que valía la transacción, no había precio ni regateo, era así, 5) y yo solté una carcajada (es el problema de intensidad este que tengo), porque había sido tan natural, dentro del desastre.
Y en la mesa siguiente, como que avisados, se atrincheraron y resistieron, implacables, un gran contraste. La vida siempre llena de emociones. Como eso de “Tendrán cara dura, compraremos si queremos, no porque nos obliguen”, siempre a gente en situación de extrema vulnerabilidad y nunca en El Corte Inglés, claro, por abusivo que sea el precio.
Estamos en el Gujerito, y si pienso esto es porque me he tomado dos vasos de sidra llenitos a rebosar de tinto de verano (con casera) y mi corazón siempre tira a los extremos, donde siempre hay un extremo más allá. Un mundo emocionante, cargado de cosas bellas, pero también estresante/frustrante/desesperante, cargado de cosas feas.
Y riéndonos en la escena de pronto me subió una emoción inmensa de amor y de preguntarme Cómo es posible, cómo puede ser posible, que una especie con este potencial pueda comportarse (y aquí incluyo tb a la gente pobre y a la más vulnerable, aunque no tenga nada que ver con lo que hacen las personas corruptas violentas en extremo desde su mundo de Normalidad, de violencias normalizadas) tan mal, tan remal, tan rematadamente violentamente. Cómo!
El genio del patriarcado es impresionante. Ha conseguido lo más difícil. Cómo no conseguir lo más fácil, pienso en estos momentos y en muchos otros.
Quizá por eso trabajo sin parar. No sólo por hacer algo urgente para la sociedad, intentarlo, sino para no ser yo totalmente, pues no lo resistiría. Aunque bueno, luego se resisten todo tipo de cosas en la vida, siempre podemos más de lo que creemos.
Night night, Gujerillo de mi vida. Te llevaré dentro como a la familia, con ese mismo dolor, con esa misma distancia imposible.
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