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Activismo - Pacifismo Feminista / Feminismo Antimilitarista

Ir a Pacifismo feminista / Feminismo antimilitarista Lo personal es internacional

Ir a webita de Cynthia Enloe Cynthia Enloe

Traducción: Traducciones Ilegales (octubre 1997). Esta traducción fue petición del grupo de Mujeres de Negro de Belgrado en 1997 a TI, dicho más concretamente (por amor a esta Historia que estamos escribiendo anónimamente en Internet miles de personas), de Stasha Zajovich a michelle vínculo externo, dos activistas pacifistas feministas, porque Stasha lo consideraba un buen artículo para los debates, talleres, conferencias y publicaciones que realizaban. El texto es el último capítulo del libro de Cynthia Enloe Bananas, Beaches & Bases: Making Feminist Sense of International Politics. The University of California Press, 1989, pp.195-201.

Una de las ideas más sencillas y más inquietantes que conozco es que lo personal es lo político. Inquietante, porque significa que las relaciones que antes imaginábamos privadas, o meramente sociales, resultan estar infundidas de poder; en la mayoría de los casos, de un poder desigual legitimado por las autoridades públicas. De ahí que la violación esté más relacionada con el poder que con lo sexual, y que los responsables no sean sólo quienes violan sino también el Estado. Análogamente, la decoración de interiores y las actitudes de los médicos hacia sus pacientes están (como poco) tan relacionadas con la manifestación pública del poder como con el gusto personal o el comportamiento profesional.

Por otro lado, la aserción "lo personal es político" es como un palíndromo, una de esas frases que pueden leerse de izquierda a derecha y al revés. Si se lee "lo político es personal", se entiende que lo político no está únicamente cincelado por lo que ocurre en los debates legislativos, cuando se va a votar o en las salas donde se planean las guerras. Cuando los hombres, que dominan la esfera pública, le han dicho a las mujeres que se queden en la cocina, han utilizado su poder público para construir relaciones privadas de forma que se reforzara la naturaleza masculina del control político. Sin estas maniobras, los hombres no tendrían tan asegurada la dominación de la vida política. Así, para poder explicarnos por qué determinado país tiene determinado tipo de política, tendríamos que indagar en cómo se construye la vida pública en función de las luchas que van definiendo la masculinidad y la feminidad. Aceptar que lo político es lo personal conduce a que temas como las políticas del matrimonio, las enfermedades venéras y la homosexualidad no se conciban como algo marginal, sino como cuestiones de vital importancia para el Estado. Este tipo de investigación es tan serio como el análisis de las armas que emplean los ejércitos o el de cómo son las políticas fiscales. Mientras lo político sea, de hecho, lo personal, lo personal no podrá ser comprendido en profundidad sin tener en cuenta lo político.

Para entender la política internacional tenemos que leer el poder de izquierda a derecha y también al revés. Las relaciones de poder entre los países y sus gobiernos no se materializan sólo en maniobras militares o telegramas diplomáticos; "lo personal es internacional" en el sentido de que las ideas sobre lo que es una mujer "respetable" o un hombre "con honor" han sido configuradas por las políticas colonialistas, las estrategias de comercio y las doctrinas militares. A finales de los noventa, se ha convertido ya casi en un cliché decir que el mundo se está haciendo más pequeño, que las fronteras entre los estados se debilitan. Y sin embargo, continuamos discutiendo las relaciones de poder personal como si pertenecieran a estados soberanos. Analizamos el tema de la violencia contra las mujeres sin intentar averiguar cómo funciona el comercio global de los vídeos pornográficos, o cómo dirigen sus negocios más allá de sus fronteras las compañías que ofrecen turismo sexual y pedidos de novias por correo. De manera análoga, intentamos explicarnos cómo aprenden las mujeres a ser "femeninas" sin considerar las implicaciones de la herencia que dejaron los funcionarios públicos de las colonias, que emplearon los ideales victorianos de "la mujer de su casa" para sostener sus imperios; y tampoco vemos el vínculo que existe entre lo que moldea las ideas de las niñas y los niños sobre lo que es ser mujer o ser hombre con las políticas exteriores de los gobiernos que apoyan las estrategias de publicidad de gigantes como Mc Cann Erickson o Saatchi and Saatchi.

No obstante, sensibilizarse en el tema de que las relaciones personales han sido internacionalizadas puede hacernos sentir culpables por no haberle prestado suficiente atención a los asuntos internacionales. Considerad lo que está pasando en Bruselas. No apaguéis la televisión cuando se pasa al tema de los déficits de comercio. Escuchad a los políticos con más atención cuando hablen de su posicionamiento en política exterior. Esta nueva sensibilización a que prestemos atención a lo internacional es útil pero, en sí misma, no es suficiente, porque no modifica lo que presuponemos que es la "política internacional". Aceptar que lo personal es lo internacional multiplica la audiencia, sobre todo el número de espectadoras, pero no sirve para transformar lo que ocurre en escena.

Las implicaciones de una comprensión feminista de la política internacional son aun más claras cuando se lee "lo personal es internacional" al revés: "lo internacional es personal". Nos obliga a imaginar algo nuevo, cómo se alían los gobiernos unos con otros, cómo compiten entre sí y cómo se hacen la guerra.

"Lo internacional es personal" implica que los gobiernos dependen de determinadas maneras de que se tenga una relación privada para dirigir sus asuntos en el extranjero. Los gobiernos necesitan algo más que el secretismo y las instituciones de la inteligencia; necesitan esposas dispuestas a proporcionarle a sus esposos diplomáticos servicios no retribuidos que ayuden a esos hombres a desarrollar relaciones de confianza con otros esposos diplomáticos. No sólo hacen uso de las máquinas militares; también, de un flujo continuo de servicios sexuales de las mujeres, porque necesitan convencer a sus soldados de que son hombres. Para funcionar en el ruedo internacional, los gobiernos necesitan el reconocimiento de su soberanía por parte de otros gobiernos; pero, además, sostener ese sentido de nación autónoma se alimenta de las ideas sobre que la dignidad es cuestión de hombres y el sacrificio es tarea de las mujeres.

Con todo esto, quiero decir que la política internacional sobre la deuda, la inversión, la colonización, la descolonización, la seguridad nacional, la diplomacia y el comercio son asuntos mucho más complicados que lo que los especialistas nos han hecho creer; lo que puede parecer paradójico. A muchas personas, en especial a las mujeres, se nos enseña que la política internacional es un tema demasiado complejo, demasiado ajeno y duro como para que la mente femenina lo comprenda. Si asoma entre las grietas una Margaret Thatcher o una Jeanne Kirkpatrick, esto se debe, al parecer, a que ellas han aprendido a "pensar como un hombre". Los análisis de cómo la política internacional se asienta en la manipulación de lo masculino y lo femenino sugieren que los enfoques convencionales que intentan explicarse las relaciones entre los estados son superficiales. Los análisis convencionales se quedan cortos a la hora de investigar toda un área de relaciones internacionales, en la que las mujeres han sido pioneras: la dependencia de los estados en cómo se contruyen las esferas doméstica y privada. Si consideramos con seriedad la política del servicio doméstico o la de las modas del marketing y los logotipos de las compañías mundiales, descubrimos que la política internacional es mucho más complicada que lo que nos hacen creer los análisis no feministas. Tenemos que tomarnos mucho más en serio la cultura, y esto incluye la cultura de la comercialización. La gente consumidora y el ejecutivo de marketing mantienen una relación mediada por sus respectivas visiones de lo que es la identidad nacional y ser mujer u hombre. Dicha relación no sólo refleja la cambiante dinámica global del poder, sino que, además, contribuye a darla forma.

Las mujeres tienden a encontrarse en mejor posición que los hombres para realizar una investigación así de realista sobre la política internacional, y eso se debe, simplemente, a que muchas mujeres tuvieron ya que aprender a hacerse preguntas sobre el tema del género cuando se vieron enfrentadas al análisis de cómo funcionaban el poder público y el privado. Este tipo de enfoque también hace evidente cuánto poder hay involucrado en hacer que funcione el actual sistema de política internacional. Los análisis convencionales de las relaciones entre los estados hablan mucho del poder. De hecho, al situar el poder como eje central de este tipo de análisis, se supone que los hombres pueden ser mucho mejor comprendidos por los hombres; las mujeres, supuestamente, no tienen ese gusto innato por ejercer o comprender el poder. Sin embargo, si se ahonda en los temas de la prostitución en el marco de los negocios agrícolas, del sexismo en los servicios al extranjero, y de los intentos de dominación "haciendo uso de burlas homofóbicas" sobre mujeres nacionalistas que se atreven a hablar públicamente, todo ello revelará que, en realidad, la construcción y perpetuación de las relaciones políticas internacionales conlleva mucho más poder que el que creemos. Los analistas convencionales de política internacional estructuran sus análisis en torno al concepto del poder "que a menudo excluye la cultura y las ideas", pero subestiman la cantidad y las variedades del poder que se da de hecho. Ha sido por una cuestión de poder el que las mujeres hayan sido despojadas de títulos de propiedad sobre la tierra y que, consecuentemente, para sobrevivir les haya quedado poco más que dejarse usar por los soldados y los jornaleros dedicados a la recolección del banano. Ha sido una cuestión de poder el que las mujeres no formen parte de los cuerpos diplomáticos y no se encuentren en los puestos más altos del Banco Mundial. Ha sido una cuestión de poder el no incluir en las agendas de los movimientos nacionalistas, originados tanto en sociedades industriales como en las agrarias, las cuestiones de desigualdad entre hombres y mujeres a nivel local. Ha sido una cuestión de poder el que la cultura popular (las películas, los anuncios, los libros, las ferias, la moda) refuerce y no subvierta las jerarquías globales.

"Lo internacional es político" sirve también para descifrar, no olvidándose de incluir a las mujeres en el análisis, la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), la Comunidad Económica Europea (CEE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Si es cierto que tanto las relaciones hostiles que mantiene los gobiernos, como las afables, presuponen que se construye un símbolo usando a las mujeres donde éstas tienen que ser una fuente de apoyo emocional y trabajadoras remuneradas además de no remuneradas, entonces no tiene sentido seguir analizando la política internacional como si fuera neutral en cuestiones de género o como si sólo la llevaran a cabo los hombres. Puede que los círculos internacionales donde se fragua la política parezcan asociaciones sólo para hombres, pero la política internacional, en su conjunto, ha precisado de determinado tipo de comportamiento por parte de las mujeres. Cuando éstas no lo han acatado, las relaciones entre los gobiernos se han visto forzadas a cambiar.

Es preciso que se haga visibles a las mujeres para poder entender cómo y por qué le poder internacional adopta la forma que tiene. No obstante, las mujeres no son sólo los objetos de ese poder, sus marionetas o víctimas. Como hemos visto, mujeres de distintas clases sociales y de diferentes grupos étnicos han hecho sus propios cálculos con objetos de sobrellevar o beneficiarse de los enfrentamientos actuales entre los estados. Estos cálculos tienen el resultado de que países enteros empiecen a relacionarse unos con otros, a menudo jerárquicamente.

Algunas mujeres ricas, que han emprendido la búsqueda de aventuras (esa emoción física e intelectual típicamente reservada para los hombres) han contribuido a convertir a otras mujeres en paisajes exóticos. Algunas mujeres con la ambición de conseguir una carrera profesional importante y bien remunerada se han establecido en las colonias, o han contratado a mujeres procedentes de las antiguas colonias. Muchas otras, por querer ir a la moda o por querer sentir más confianza en sí mismas, se han convertido en las principales consumidoras de productos hechos por mujeres que trabajan en otros países a cambio de salarios bajísimos. Y en un esfuerzo de medir su progreso hacia la emancipación en sus propias sociedades, las mujeres, con frecuencia, han contribuido a legitimizar la pirámide internacional global de lo que es "la civilización".

Demasiado a menudo, las únicas mujeres que son visibles en el escenario internacional son las llamadas mujeres del Tercer Mundo, especialmente las que trabajan, sin remuneración, en las fábricas o las que se dedican a entretener a los militares cerca de las bases localizadas en el extranjero. Existen dos peligros en esto. En primer lugar, se camuflan las múltiples relaciones que tienen las mujeres de los países industrializados con la política internacional. Por ejemplo, no vemos a la mujer asiático-británica responsable de campañas antideportación que pueden redefinir el uso que hacen los gobiernos del matrimonio, para, así, controlar el flujo internacional de gente. Tampoco es visible, la mujer estadounidense que se va de vaciones a Grenada, contribuyendo a que este país "se abra" al turismo; ni la canadiense que insiste en no seguir a su marido diplómatico al extranjero porque tiene ambiciones profesionales propias. A su vez, queda oculta la mujer italiana que cose para Benetton. En el proceso, el sistema internacional acaba pareciendo menos complicado, menos lleno de relaciones de poder, menos marcado por las relaciones existentes entre los géneros.

El segundo peligro de la tendencia a ver sólo a las llamadas mujeres del Tercer Mundo cuando pensamos en las mujeres en el ámbito internacional es que se pasen por alto las importantes diferencias que existen entre las mujeres de los países menos industrializados. Al retratar a todas las mujeres de estas sociedades como trabajadoras en la industria textil de los vaqueros y no como consumidoras de vaqueros; como prostituas y no como trabajadoras sociales y activistas, volvemos a subestimar las complejas relaciones que sostienen el actual sistema de política internacional. Las mujeres de la clase media de países como México y Sri Lanka están en posiciones distintas a las de las trabajadoras o las campesinas. Esto es una consecuencia de las divisiones étnicas y raciales de las sociedades; por ejemplo, véase la diferenciación entre las mujeres ladinas y las indígenas en México y entre las tamiles y las singalesas en Sri Lanka. Puede que la deuda internacional afecte a todas las mujeres de México, pero no en el mismo grado ni de las mismas maneras. Puede que la dignidad nacional sea una cuestión que preocupe a todas las mujeres de Sri Lanka, pero habrá que ver de qué nación se sienten parte. La sexualidad es un tema que también divide a las mujeres del Tercer Mundo. Las mujeres heterosexuales, por ejemplo, pueden sentir vergüenza o desprecio hacia las mujeres lesbianas, lo que las incapacite para enfrentarse a los hombres nacionalistas que emplean indirectas homofóbicas para deslegitimar las argumentaciones a favor de los derechos de las mujeres.

El establishment internacional ha precisado que muchas mujeres de los países tercermundistas se hayan sentido más identificadas con las europeas o norteamericanas que con las mujeres que viven en barrios marginales a una milla de su casa. Por lo tanto, los esfuerzos que se han hecho para trascender estas barreras entre las mujeres de esos países, tanto en el ámbito local como en el internacional, han tenido un impacto más significativo en las bases militares establecidas en el extranjero, en las multinacionales y en los inversores.

Aunque las mujeres no han sido meros peones de la política global, los gobiernos y las compañías respaldadas por ellos han realizado esfuerzos explícitos para controlar y canalizar las acciones de las mujeres con objeto de satisfacer los fines de éstos. Puede que los funcionarios que se dedican al diseño de la política exterior prefieran verse como personas ocupadas en temas de altas finanzas y estrategia militar; sin embargo, en realidad, se han dedicado, conscientemente, al diseño de las políticas de inmigración, trabajo, servicio civil, propaganda y bases militares con objeto de controlar a las mujeres. Han actuado, de hecho, como si el lugar que ocupa su gobierno en el mundo se estructura en torno al comportamiento de las mujeres.

Haber hecho visibles todos estos esfuerzos ha sido ver cómo funcionan los hombres como hombres. La política internacional no se ha basado sólo en la manipulación de lo que significa ser mujer, sino que también ha definido la masculinidad. Ideas como "aventura", "civilización", "progreso", "riesgo", "confianza" y "seguridad" están todas legitimizadas por determinados tipos de valores y comportamientos masculinos que las potencian en las relaciones mantenidas por los gobiernos. Con frecuencia, la razón de que los funcionarios del gobierno —normalmente, hombres— intenten controlar a las mujeres ha sido porque necesitan mejorar su control de los hombres: de los emigrantes, de los soldados, de los diplomáticos, de los agentes de la inteligencia, de los terratenientes y los dueños de fábricas en el extranjero, de los banqueros. Consecuentemente, comprender cómo funciona la masculinidad en lo internacional es importante para desarrollar una visión feminista de la política internacional. La conceptualización de los hombres sobre su propia masculinidad es una derivación de sus percepciones de la masculinidad de otros hombres y de la feminidad de las mujeres de distintas culturas y clases sociales. Mucho de lo que hemos tratado sobre el carácter problemático de la masculinidad en las fuerzas armadas es aplicable a otras esferas de la política internacional.

Actualmente se discute mucho sobre los cambios fundamentales que se están dando en la política a nivel internacional. Japón se ha convertido en el mayor donante mundial y en su más importante acreedor. Los Estados Unidos han dejado de disponer de los recursos y el estatus necesarios para desempeñar el papel de policía global, a pesar de que sus líderes siguen intentándolo. Los doce países de la Comunidad Europea van avanzando hacia una integración no sólo económica sino también social y política. A su vez, los países del llamado Tercer Mundo van agudizando sus desigualdades interiores año tras año: mientras que países como Corea del Sur, Brasil, Taiwan y Chile empiezan a producir no sólo acero y automóviles, sino también armas, la lucha de países como Vietnam y Etiopía se centra, sencillamente, en intentar alimentar a sus poblaciones. Y en todo esto, el capital, las drogas y el SIDA se van globalizando; la deuda asciende en su obcecada espiral; los gobiernos insisten en compartir fórmulas coercitivas para eliminar a las personas disidentes en nombre de la seguridad nacional.

Es demasiado fácil caer en la discusión de alguna o de todas estas tendencias contemporáneas sin preguntarse dónde se ubican las mujeres. Lo que proponen los capítulos de este libro es que dichas tendencias, por nuevas que parezcan, siguen estando marcadas por cuestiones de género, como los patrones internacionales: las tendencias internacionales de la década de los noventa probablemente dependan de igual manera que las anteriores de la relación entre hombres y mujeres, relación que a su vez está apadrinada por un uso deliberado del poder político. Una de las mejores fórmulas para descifrar esa política marcada por cuestiones de género es tomarse seriamente los análisis de las mujeres que ya están involucradas en campañas internacionales que pretenden influir en el curso de estos desarrollos. Algunos de los análisis más convincentes sobre la cuestión internacional proceden diferentes reuniones de mujeres: de la reunión en Japón, donde se discutieron los temas de las trabajadoras emigrantes y los matrimonios por poder (novias de encargo); de la reunión de Nueva York, donde se desentrañaron los mecanismos de la industria de la prostitución en la esfera global; de la de Finlandia, donde se discutió la militarización; de la de Méjico ciudad, donde se debatió la cuestión de los sindicatos; o de la de Bruselas, donde se analizó el 92. Desarrollar un análisis feminista de lo internacional, por tanto, podría conducirnos al desmantelamiento del muro que a menudo separa la teoría de la práctica. No tenemos que esperar a que aparezca un "Henry Kissinger feminista" para empezar a articular una visión fresca y más realista de la política internacional. Y cada vez que una mujer explica cómo su gobierno intenta controlar los temores de ella, sus esperanzas y su trabajo, estamos atendiendo a la construcción de esta teoría.

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Información sobre uso de este material: la traducción es ilegal y nace para ser difundida; el texto original tiene copyright y es de su autora, Cynthia Enloe Vínculo externo
Publicado en mujerpalabra.net en el otoño del 2010