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Pensamiento - Sexualidad, afectos y cultura

Volver a Novedades La violencia entre mujeres (2)

Clepsidra

Navegación por las partes de La violencia entre mujeres, de Agüilla:

separador 1. Cómo escuchar separador 2. Las palabras de mi madre separador 3. Las palabras del Otro separador 4. Mis palabras

2. Las palabras de mi madre

El orden simbólico de la madre, de Luisa MuraroSon muchos los motivos por los que la violencia entre mujeres despierta mi interés. Siento que mi escritura será un modo de atenderlos, pero no con la finalidad de psicoanalizarme, sino con la intención de poner en palabras una experiencia que creo común a la mayoría de las mujeres, y que siento por tanto de orden simbólico. Así las cosas, en lo siguiente procuraré poner en práctica esa filosofía que inició El orden simbólico de la madre, una filosofía que "(...) hace de puente entre la física, reino de la verdad-correspondencia, y la metafísica, donde reina la verdad como sentido del ser"[8]. Pues no es mi intención enunciar una verdad de naturaleza fáctica, psicológica, sociológica o histórica, sobre las relaciones entre mujeres, sino hacer política de lo simbólico. Quizás sea un objetivo muy pretencioso, pero lo creo necesario en el camino hacia mi libertad[9], así que no puedo dejar de hacerlo. Y es que el camino de y hacia la libertad está lleno de determinaciones, de hecho son ellas sus condiciones de posibilidad. La primera de estas condiciones radica precisamente en sabernos determinadas por el orden simbólico de la madre, que no es ningún totem sino una práctica de significación.

Por ello y por ser mi madre la que me ha donado la lengua, siento que mi escucha debe comenzar por atender a cómo son proferidas esas palabras por mi madre. Siento que será en su sonido donde hallaré el sentido que tienen para mí, su sentido. Como dice Luisa Muraro, "saber hablar quiere decir, fundamentalmente, saber traer al mundo el mundo, y esto no podemos hacerlo separadamente de la madre"[10]. La relación con la madre nos da un punto de vista duradero y verdadero sobre lo real, verdadero no en términos de la verdad-correspondencia, sino de la verdad metafísica o lógica, que no separa ser y pensamiento, y que se alimenta del interés recíproco entre el ser y el lenguaje. Aprendemos a hablar de la madre y esta afirmación define quién es la madre/qué es el lenguaje[11]. Además, estoy convencida de que la experiencia de la relación con la madre nos deja una huella indeleble, estableciendo la infraestructura, el esquema en el que se conformarán las futuras experiencias, y posibilitando así que podamos darles un orden lógico.

Mi madre me lo quiso enseñar siendo yo muy chiquita: "las mujeres son más envidiosas y retorcidas, los hombres más nobles y sencillos". Creí estas palabras pero ahora veo que sin darles crédito, pues siempre tuve "mejores amigas" en las que confiaba absolutamente. Además, siempre he tenido una maravillosa relación con mi hermana Irene. Pero, claro, a juicio de mi madre, ella no contaba: era de la familia. Como yo, que también me libraba de su juicio sobre las mujeres. Mas no así ella, quien se consideraba víctima de su naturaleza, desconfiada y en conflicto constante con otras mujeres, por eso prefería no relacionarse con ninguna. Y ciertamente mi madre no tenía amigas. Amigas, foto de Cristina AlbertContaba con alguna presencia femenina de años, pero nadie a quien acudiera para compartir tristezas u alegrías. Yo veía que las madres de mis amigas se reunían entre ellas, que los jueves de mi abuela eran sagrados pues tenía "encuentro con amigas", y que en las reuniones familiares de los sábados siempre ocurría lo mismo: las mujeres se agrupaban por un lado y los hombres por otro. Hablaba de esto con mi madre, pues no entendía por qué se daba esa realidad si las relaciones entre mujeres eran tan imposibles como ella me contaba. Mi madre me decía que ella tampoco lo entendía, que ella sólo era feliz cuando estaba con mi padre y que desde su punto de vista las mujeres que podían disfrutar sin tener a sus maridos cerca eran "mujeres modernas", que se habían casado por conveniencia y que por tanto no amaban a sus maridos, sino a sí mismas. Durante mi adolescencia adopté el juicio sumarísimo de mi madre y empecé a ver una realidad donde todas las mujeres eran hipócritas y si no se acercaban a mi madre era porque la envidiaban, pues ella era la afortunada que había encontrado el amor. Interpreté las actitudes de otras mujeres como apoyos a la teoría de mi madre pues prejuzgaban en mí una especie de mal natural, que si bien yo no acertaba a encontrarme, ellas sí parecían ver.

Sin embargo, algo en mi experiencia empezó a contradecir con más fuerza esta percepción de la realidad: me supe lesbiana y, casi a un tiempo, comenzó mi concienciación feminista algo que yo llamo movimiento personal hacia el feminismo[12]. Me debatía entre dos sentimientos, a cual más doloroso: uno, que mi madre llevaba toda su vida equivocada, y otro, que quizás yo no era una mujer normal, pues mi amor por las mujeres demostraba que algo fallaba en mi feminidad. Así me lo hizo ver mi madre, quien sufrió mi orientación sexual como el más grande de los daños que pudiera haberle hecho. Llegó a decirme que había elegido ser lesbiana con la única finalidad de herirla. Aún no entiendo este planteamiento, pero siento que este trabajo puede lograr iluminarlo. Sentía mi lesbianismo como el lugar en el que podía hallar mi libertad, sentía que era mi primera opción en el camino hacia mi independencia simbólica, camino que a pesar de las palabras de mi madre no sentía en contradicción con ella. Sin embargo, entre nosotras se interponían dos sobreentendidos culturales. Uno lo relata Luisa Muraro al comienzo de El orden simbólico de la madre: "Sentía y actuaba no sólo como si mi madre fuese enemiga de mi independencia simbólica, sino además como si mi madre exigiese necesariamente mi separación de ella. Considero que esta no es sólo una forma de pensar de muchas, se trata más bien de un sobreentendido, casi de un esquema subyacente a todo un modo de sentir y de actuar"[13]. Y a la luz de esta idea pienso que podemos interpretar también la violencia entre mujeres como un sobreentendido, un acuerdo tácito de la cultura que hace que lo sintamos como algo natural[14]. Los monólogos de la vagina, de Eve EnslerPero nosotras ya sabemos que lo llamado "natural" o "universal" no viene de la naturaleza sino del orden patriarcal, por tanto estamos autorizadas para decir que para nosotras se trata más bien de un desorden simbólico. Y es que lo que la cultura patriarcal da por sentado, aquello sobre lo que se asienta el orden que impone a la realidad, suele tener que ver con un ocultamiento de lo femenino, desvelándose así para nosotras que el orden resultante es un desorden.

En nuestras terribles pero interminables charlas me decía mi madre que mi defensa de las mujeres o mi reivindicación de la especificidad del cuerpo femenino[15] eran consecuencias de mi "degenerada orientación sexual". Poco a poco me fui dando cuenta de que su acérrima defensa de la heterosexualidad se fundaba, inconscientemente para ella, sobre una minusvaloración del sexo femenino. No era sólo, como había pensado en un principio, que mi opción sexual deslegitimara mis afirmaciones feministas, sino que, desde su punto de vista, la heterosexualidad funcionaba inevitablemente como una instancia coercitiva para las mujeres, que nosotras debíamos acatar gustosas por amor. En una cultura de la mismidad fundada sobre una teoría de la polaridad de los sexos, en la que los sexos son concebidos como contrarios y sólo uno, el masculino, valioso, no era de extrañar que mi madre sintiera que su amor incondicional por mi padre tuviera que pasar por un desprecio hacia sí misma y hacia su sexo. Soy una criatura emocional, de Eve EnslerAl fin y al cabo, mi madre sólo aplicaba el primer principio de la lógica, el principio de no-contradicción: "Si X, no NoX". Así imagino el pensamiento de mi madre: si considero que lo valioso está en las cualidades del sexo masculino y las características de las mujeres no son interpretadas como femeninas sino como no-masculinas, las consideraré necesariamente como no-valiosas. Pero yo sabía que esto no era así, que podíamos querernos y apreciarnos entre nosotras y a nosotras mismas sin que ello supusiera un menosprecio hacia mi padre; el vínculo que yo, mujer, y mi madre, también mujer, teníamos era prueba de ello. Me resultaba tan contradictorio que las palabras de mi madre, nacidas de nuestro vínculo femenino inefable, me advirtieran en contra de las mujeres, que así se lo hice saber. Ella me dijo que la realidad era absolutamente distinta entre madres e hijas, pero pienso, con todo, que fue la referencia a nuestra relación lo que hizo que mi madre se mostrara abierta a que la convenciera de que estaba en un error, abierta a la mediación. Nuestras palabras se fueron corporeizando en actos y mi madre fue comprobando que no traicionaba su compromiso con mi padre si empezaba a escucharse y a quererse, fue mejorando el concepto de sí misma, y al mismo tiempo el de las otras mujeres. Incluyéndome a mí, hasta el punto de que ya no me censura por mi orientación sexual. espejoDe esta manera fue como asistí al "movimiento circular de la mediación femenina": a través de la mediación femenina, mi discurso también llegó a ser mediación femenina.

¡Y he aquí la primera cuestión, la pregunta, el inicio! Nos lo enseñan desde las primeras lecciones de filosofía, de una pregunta surge el sentido, una pregunta es un inicio, mas, siguiendo a Luisa Muraro, no un principio[16]. El principio está aquí y ahora; el principio está en mí y en estas palabras que escribo porque me sé en relación con ustedes. Pero el inicio es mi madre [17] y la pregunta que se me ha mostrado en mi aprender a amar a mi madre es: ¿por qué la violencia entre mujeres nos remite a nuestra violencia con nosotras mismas? Hemos hablado de ella dándola por sentada, nos ha pasado inadvertida, como si formara parte del sentido común, y es que desde mi punto de vista ésta es la gran cualidad del partir de sí, que nos devuelve al sentido común a través de la lengua materna.

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[8] Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre, Madrid, horas y HORAS, 1994, p. 29. Original de 1991.

[9] Frente al archiconocido lema: "la verdad te hará libre", yo pienso más bien que es la libertad la que me permitirá alcanzar la verdad. Imagino el recorrido de mi libertad retroalimentándose con el camino de mi descubrimiento.

[10] Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre, Madrid, horas y HORAS, 1994, p.50. Original de 1991.

[11] Parafraseo a Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre, Madrid, horas y HORAS, 1994, p.47. Original de 1991.

[12] El movimiento hacia el feminismo es un movimiento personal, pues lo tendríamos que llevar a cabo cada una de nosotras, mas no por ello es un movimiento individual, todo lo contrario: la relación con otras mujeres, la mediación femenina, será su motor imprescindible. La causa eficiente de este movimiento hacia el feminismo la constituiría el vínculo con nuestra propia madre y su causa final consistiría en libertar nuestra libertad. Una liberación que nos devuelva nuestra libertad como capacidad de inicio, enraizada en nuestro nacimiento, para lo cual se nos muestra ineludible cambiar la dirección de la mirada: sustituir las medidas masculinas por medidas propias, sólo alcanzables a través de mediaciones femeninas. Esta concienciación, este movimiento hacia el feminismo constituye, desde mi punto de vista, esa "chispa del feminismo" de la que habla Luisa Muraro, pues parte de un saber y de un deseo: sabernos –y desearnos– diferentes de los hombres y sabernos –y desearnos– también diferentes de la manera en que ellos nos definen. Este sentimiento de extrañeza, de sentirnos ajenas a nosotras mismas, constituye para el feminismo esa chispa de libertad que necesita todo movimiento de liberación: sabemos que tenemos algo que el poder dominante no tiene.

[13] Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre, Madrid, horas y HORAS, 1994, p.10. Original de 1991. En mi caso, creo que ese sobreentendido se hallaba más cerca de mi madre que de mí. Yo nunca llegué a sentir que debía separarme de mi madre, si bien ella sí llegó a decirme que, dada mi opción, ya no me sentía su hija.

[14] Este sobreentendido es tal que pienso que da pie a un círculo vicioso: a menudo nos comportamos de manera violenta con otras mujeres porque presuponemos en ellas esa violencia contra nosotras. Y probablemente a ellas les pase lo mismo...

[15] Me refiero aquí a mi insistencia en resignificar la vagina o la regla. La primera para que dejara de ser considerada como un agujero sucio y oscuro. Aún recuerdo la reacción de mi madre cuando me vio con el libro Monólogos de la vagina: "Por dios, hija, qué asco". Y la segunda para que dejara de considerarse una enfermedad, o un pesar. Mi madre siempre ha usado la expresión "estar mala" para querer decir que se está con la menstruación, y por otro lado siempre recordaré su deseo de que le llegara la menopausia, momento que imaginaba como una liberación.

[16] Luisa Muraro, "Autoridad sin monumentos" vínculo externo (pdf), en Duoda. Revista d'estudis feministes, n. 7, 1994.

[17] Dice Luisa Muraro en El orden simbólico de la madre que no podremos ser originales hasta que no sepamos amar a la madre. Así encontró ella su inicio: sabiendo amar a su madre. Afirma que "es un inicio más pobre de lo que requiere la más severa de las filosofías del inicio-fundamento". Y yo pienso que el saber amar a la madre no es rico como dice María Zambrano que no son ricas en contenido intelectual las evidencias.

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Publicado en mujerpalabra.net en septiembre 2012