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Pensamiento - Deporte

Volver a Fuera de juego (ma non troppo)

Ir a webita de autora Tico Pelayo

El fútbol no es una cuestión de vida o muerte, es mucho más que eso
Bill Shankly, entrenador del Liverpool FC

He de comenzar diciendo que en toda mi vida he conseguido ver un partido completo de fútbol y no considero que tal circunstancia me acredite como mejor persona ni mejor ciudadano. El hecho de que mis inquietudes vayan en otra línea no me otorga una mayor calidad humana ni hace que me considere más inteligente. Pero lo que tampoco se me puede pedir es que me sienta avergonzado de ser un total, absoluto y completo analfabeto del balompié.

peces de coloresEn cierta ocasión pedí durante un almuerzo qué me explicarán qué es un fuera de juego. Recibí casi media hora de tenso silencio, miradas de desprecio, lástima y recelo. También reproches, pero nadie se molestó en explicarme lo que es un fuera de juego. De hecho hubo un tiempo no tan lejano en que por congraciarme con mis amistades o clientes futboleros hacía de tripas corazón y leía en prensa los lunes por la mañana algo de la jornada anterior para siquiera poder balbucear algún comentario. Actualmente no. Si alguien me comenta indignado alguna actuación arbitral o un gol antológico, pongo cara de póker. Y si, insistente, me pregunta sorprendido si acaso no seguí determinado partido, contesto que a esa hora estaba demasiado ocupado lavando a mis peces de colores.

Os propongo un experimento: encended la televisión cuando emitan algún programa de esos en los que debaten sobre fútbol. Quitad el volumen. Observad las caras, los gestos, la gravedad en los ademanes de los contertulios. Podríamos imaginar perfectamente que esos señores están debatiendo sobre alguna cuestión vital para el futuro de la humanidad.
Y mucha gente lo toma como tal. Y es descabellado cuestionarles que lo sea.
Hojead cualquier periódico un lunes por la mañana: privatizaciones de empresas, recortes en los servicios sociales, Kyoto, el desarme de las FARC, el desmantelamiento de las políticas de género, la subida de los tipos de interés, una nueva masacre de civiles en Palestina, el drama de la inmigración, o la última reforma del sistema laboral.

Ya no sorprende comprobar que se le presta, ante situaciones noticiables como las anteriores, mucha mayor cobertura mediática (cuantitativamente, en número de páginas o en minutos de antena) a la lesión de tobillo de tal o cuál jugador. Que tienen más repercusión las declaraciones de un entrenador de fútbol que las del presidente de Naciones Unidas. ¿Una conspiración paranoide o una situación creada por estupidez espontánea que ha sido hábilmente aprovechada y sostenida desde los poderes establecidos? Es peligroso, para quienes mandan, que la ciudadanía empiece a cuestionarse ciertos asuntos, a preocuparse por la cosa pública y a desarrollar una actitud participativa en el diseño de la política social. Muy, muy peligroso. El mejor antídoto contra esas inquietudes bien pueden serlo el fútbol o una catódica y rosa coprofagia.

Además, el fútbol mueve dinero, demasiado dinero demasiado estéril. En cierta ocasión comprobé atónito cómo el traspaso de un jugador costaba el equivalente a casi dos veces el Producto Interior Bruto de países como Mali, Togo o Níger. O cómo otro jugador cobraba por publicidad de la empresa Nike (únicamente por hacer publicidad, y únicamente de esa empresa) él solito tanto como el resto de los más de noventa mil obreros y obreras que dicha empresa tiene en el sudeste asiático. ¿Nadie más ve cierta obscenidad en ello?

Lo lamento; a unos les preocupa el puesto que su equipo ocupa en la liga y a mí me preocupa que cada cinco segundos un niño o una niña menor de diez años dejen de respirar porque no tienen acceso a las vitaminas de una naranja o a las proteínas de un vaso de leche. Puede que alguien me diga que una cosa no tiene nada que ver con la otra, que hago demagogia barata. Y me gustaría que ese alguien pudiera argumentar de forma razonada por qué un señor (por más que haya entrenado su cuerpo durante una década) cobra más dinero del que puedan ganar varias generaciones obreras en anunciar un producto que se ha fabricado a costa de la esclavitud infantil. Si es justo que, mientras tanto, la gente de ciencia, que lleva media vida partiéndose los cuernos por sacar una vacuna y salvar miles de vidas, tenga problemas para llegar a fin de mes. Que ese alguien me diga si es sano para la marcha de un país que cualquier niño te diga en qué año ganó un determinado equipo la copa de Europa y no sepa en qué año se aprobó la Constitución Española. Que cualquier chaval te diga quién es el delantero centro de tal equipo pero no sepa quién descubrió la penicilina o quién era Lorca.

Y no me engañen. Me mintieron en el colegio. El fútbol no transmite valores como la solidaridad o el trabajo en común sino todo lo contrario: la competitividad, la ambición, la prepotencia y la intolerancia o la agresividad hacia quienes no tengan la bufanda de tu mismo color. Como veis ni siquiera toco el tema del sexismo. Me parecería irrespetuoso hacia las chavalas que soñaron y sueñan con dedicarse profesionalmente a este deporte y se les vetó y veta toda posibilidad.

Esto se termina. Espero que no haya sonado como un desahogo. Sólo expuse por qué a muchos varones no nos interesa el fútbol. Sufrimos el efecto mofeta vínculo externo, se nos acusa de esnobismo intelectual, de traidores antipatriotas y se cuestiona nuestra orientación sexual. Estupendo.

Mientras tanto yo seguiré soñando con que muchos niños y niñas, algún día, dejen de coser balones y vayan a una escuela. Y que otros niños ya no quieran ser futbolistas famosos y empiecen a soñar con ser científicos o poetas.

Ese día, a lo mejor, me intereso por aprender lo que es un fuera de juego.

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Publicado en mujerpalabra.net en febrero 2014 (disculpas por la tardanza, Tico!)