Archivo mensual: agosto 2017

Angela Davis, sobre modelo de sexualidad masculina patriarcal

“[E]staba harta de los hombres que medían su capacidad sexual por el grado de subordinación intelectual de la mujer.”

Angela Davis, Autobiografía (ed. Capitán Swing), parte 4, “Llamas”, p. 210

Poema en Sangre de la luna, de Luz González Rubio

Pocas veces encontramos en las novelas experiencias vitales tan importantes y profundas para las mujeres como son la menstruación, el aborto o el parto. En Sangre de la luna, título que hace referencia a la primera de estas experiencias, la protagonista decide recluirse esos días para indagar en su vida y buscar conexiones cósmicas con el astro que rige los ciclos vitales de las mujeres y de los mareas. Aislada del mundo del mundo de hombres en el que ha sido una víctima más busca una salida, otro camino que conduzca a un mundo mejor y más justo: el camino de las mujeres y de la noviolencia.

En la página 17, un poema habla de la solidaridad entre mujeres, la anciana curandera asiste a la guerrillera en el parto del niño muerto.

Tus manos, dueña del saber antiguo,
cubrieron el vacío lacerante de mi vientre.
Las punzadas de dolor, el río sangrante que era yo,
quedó detenido.
Tus manos, hermana,
me rescataron del tiempo interminable
y me trajeron, otra vez,
al mundo de las flores, de las caracolas y de los volcanes.
Pero no pudieron traer, y allí quedó,
en aquella frontera infranqueable
que ni tú ni yo pudimos traspasar,
el niño que no nació,
el niño muerto que parió la mamá grande.
Hermana, hermana,
haz que griten de dolor todos los pájaros del continente,
que los volcanes rujan como vientres de la tierra
y que todas las quenas enmudezcan
para acompañarme en la nana a mi niño muerto.

¿Alguien de América quiere grabar el poema en audio para aquí?

Más fragmentos de la novela sobre la menstruación

La menstruación en Sangre de la luna, novela de Luz González Rubio

Sangre de luna, de Luz González RubioSangre de la luna es una novela de 1992, publicada en 2012. El tiempo de la narración son los tres días del periodo de la protagonista. Tenemos la alegría de presentaros tres citas que ha elegido Luz para nuestra sección de Creadoras: Sangre, para dar voz a la relación humana con la sangre, que es compleja y muy diversa, pero esta vez desde el siempre omitido punto de vista de las personas que menstrúan, que también es complejo y diverso.

Fragmento 1

Ya estoy menstruando. Esta palabra es más bonita que período. Más bonita también que regla. La prefiero porque tiene que ver con la luna. Mens significa eso, luna, y el resto de la palabra, según he leído, significa cambio, giro, ciclo o algo así. Nuestros indios tienen leyendas en las que nos relacionan a las mujeres con la Luna. La Luna fue la Primera Mujer. Su verdadera forma es redonda, como la vemos los días de luna llena, pero enferma todos los meses, como las mujeres, y va adelgazando por los fluidos que pierde hasta quedar menguante.

En alemán a la menstruación se le llama la Luna. Ah, y en francés también, a estos días en que la mujer menstrúa se le llama “le moment de la lune”. Los mandingo usan la misma palabra, carro, para llamar a la Luna y a la menstruación. Tienen razón, tener esto todos los meses es una carga, un carro que hay que tirar de él. En la India también llaman lo mismo a la Luna y a la sangre de la menstruación. ¡Sorprendente! Todos los países le echan la culpa de nuestros males a la luna. Las niñas maoríes empiezan a ser mujeres después de haber tenido contacto con la Luna durante el sueño. Bien, pues yo, siguiendo las costumbres indias y de la mayoría de los pueblos que habitan el planeta Tierra, voy a concederme un tiempo sagrado para menstruar. No voy a salir a la calle, no voy a hablar con nadie. Voy a cerrar la puerta de mi habitación a cal y a canto.

Leer los Fragmentos 2 y 3 en la webita de Luz González Rubio en Mujer Palabra

Citas (1) de los diarios de Sylvia Plath

A los 18 años, 1950:

[Cómo se le niega la sexualidad, el placer, a las mujeres en el patriarcado, y otras violencias]

-¿Ya has terminado el cuadro de John?
-Ah, ja, ja -sonrió-. Ven a verlo. Tu última oportunidad.
Había prometido enseñármelo cuando lo terminara, de modo que me apresuré a alcanzarlo y nos dirigimos al granero, que es donde vive.
(…) Sentí que me miraba de forma más bien rara. Por alguna razón no conseguí que me mirara a los ojos. (…)
Nos cruzamos con (…)
-?Por qué tienen que burlarse de mí? – pregunté. Ilo se limitó a reír. Andaba muy deprisa. (…)
-¿Vives ahí arriba? ¿Tienes que subir todos estos escalones?
Él siguió subiendo, y yo lo seguí, vacilante.
-Ven, ven – dijo mientras abría la puerta. El cuadro estaba allí, en su cuarto. (…)
Era un magnífico retrato de John a lápiz.
-¿Cómo haces los sombreados? ¿Inclinando el lápiz?
En ese momento no le di importancia, epro ahora recuerdo que Ilo cerró la puerta y puso la radio para que sonara música. (…)
Sus ojos azules estaban increíblemente próximos y me miraban con audacia, con unos destellos de picardía.
-Tengo que irme, de veras. Estarán esperándome. El dibujo es precioso.
Sonriendo, se colocó delante de la puerta cerrándome el paso. (…)
[ella forcejea para liberarse; al salir de allí, los chicos la miran maliciosamente y con risas]
(…) mañana mi nombre estará en boca de todos (…) ¿Y qué puedo hacer yo sola contra todos…? (pp. 20-22)

A veces me invade un sentimiento de expectación, como si, por debajo de la superficie de mi comprensión, hubiera algo aguardando a que yo lo capte. (p. 26, ed. Alba 2016)

vivo cada instante con una terrible intensidad (p. 30)

Estoy cómodamente sentada en un sofá, mientras fuera los grillos cantan, chirrían. Esta es mi habitación preferida, la biblioteca. El suelo es un mosaico medieval de teselas planas y cuadradas, y la habitación está teñida del color de las viejas encuadernaciones de los libros: óxido, cobre, dorado oscuro, pimentón, granate. Y están las cómodas butacas de cuero oscuro y agrietado, bajo el cual asoma una estructura de un gracioso color rosado, y los libros en las estanterías, usados y cordiales: todo lo necesario para entretenerse los días de lluvia. (p. 30)

Mi pensamiento se desvía de nuevo y vuelve a fijarse en mí, sentada aquí, braceando, ahogándome, enferma de deseo. Como me han llenado de mala conciencia, cualquier cambio en mi rutina produce unos efectos calamitosos, por lo que solo me permito asomarme al umbral con envidia y odiar con toda mi alma a los chicos, que consiguen satisfacer su apetito sexual libremente, sin preocuparse, como si tal, mientras que yo voy de una cita a otra muerta de deseo y siempre insatisfecha. La situación me pone enferma (p. 51)

Si cambiaran la palabra “amor” por “deseo” en las canciones populares, serían bastante más fieles a la realidad. (p. 32)

Tal vez un día llegaré a rastras a casa, abatida, derrotada, pero no mientras mi corazón pueda crear relatos y mi dolor belleza. (p. 34)

(estudiando para los exámenes): Estoy perdida. Huxley se habría reído: ¡menudo lugar de adoctrinamiento es este! Cientos de rostros inclinados sobre los libros, los ventiladores zumbando, marcando el tiempo y poniendo límites al pensamiento. Es una pesadilla. (p. 38)

[Cómo se le niega la sexualidad, el placer, a las mujeres en el patriarcado, y otras violencias]

-¿En qué consiste luchar? ¿En matar a alguien?
Siento una curiosidad inmensa: está claro que no puedo ser un hombre, pero él puede contarme cómo es.
Contesta con indiferencia. (…)
-¿Sylvy?
-Dime…
-Quiero que seas mía, toda mía.
(Por un momento pienso que me está proponiendo matrimonio. Qué encantador, le ha cautivado mi espíritu inquieto y compasivo.)
-¿Cuándo? – le pregunto prosaicamente. (Tal vez diga dentro de cuatro años…)
-Ahora.
Entonces siento su pierna sobre las mías, siento el peso de la realidad, fría, gélida, sobre mis ilusiones.
-¡No! -me incorporo, indignada.
Él forcejea, es fuerte.
-Échate, Sylvy, échate.
Tengo ganas de vomitar (…)
Pero de pronto estoy encima de él, sacudiéndolo (…)
-¡Te odio! ?Maldito seas! ¡Sólo porque eres un tío, solo porque nunca has tenido que preocuparte por quedarte embarazada…! (…)
Cuando dejo de sacudirlo, se incorporra y también yo me siento. Se comporta de forma petulante, está ofendido.
-Muy bien -se aleja rezongando en la oscuridad-, está visto que soy imbécil por beber y por confiar en una maldita tía. (…)
Estupendo, para desquitarse me deja sola en medio del bosque.
Me incorporo y empiezo a andar por el camino. (…) Lo encuentro sentado sobre un tocón, con la cabeza hundida entre las manos, refunfuñando o llorando. Me acerco y me arrodillo penitentemente delante de él.
-Lo siento.
Sigue refunfuñando, ofendido. (…)
-Tú no sabes lo que es -contesta-.No puedes saber lo que es cuando te arde todo el cuerpo, cuando te sientes arder por dentro. (…)
Al final me perdona. (¿Será posible? Tendrías que ser tú quien le perdonara.)
Cuando nos hemos reconciliado, se echa boca arriba apoyando la cabeza en mi regazo. (…)
-Agáchate, bésame. (…)
Le beso, toma mi mano y la desliza hacia abajo. (…) De modo que así es que un chico quiera que le masturbes. (…)
-No, no, no, no, no, no, no…
Tal vez ahora se ha dado cuenta de que solo eres una niña, solo tienes dieciocho años. Y regresáis por fin a la casa de la fraternidad. Ya sabes que no volverás a salir con él si te lo pide, pero nunca más podrás volver a pasear, ni a estar sola, y le odias por haberte privado de eso: de los paseos y de la soledad. (pp 55-57)

Sylvia Plath – 1950