Saltar grupo de enlaces
Logo de Mujer Palabra

Mujer Palabra es un espacio feminista independiente y autogestionado en Internet para la difusión de ideas, obras, materiales que habiten y exploren la construcción de un mundo menos violento e injusto, más libre, creativo y solidario

Creadoras - Narraciones

Volver a Narraciones La plaza del pueblo

Volver a Tico Pelayo Tico Pelayo

Foto de Manuel Cascales, Pinos Puente (Granada), década de los 1960

Apenas el sol dora las estatuas, los hombres se agolpan en la plaza. Patean el suelo para sacudirse el fresco del amanecer y se agitan inquietos entre sus raídas ropas. Las manos se hunden en los bolsillos vacíos para que su temblor no zarandee el miedo de los demás. Se oye un rumor, la camioneta entra en la plaza y se detiene ante el grupo de carne anhelante y aterida. Baja el capataz, las gorras estrujadas entre las manos, las miradas suplican lo que la dignidad impide decir a las bocas. El capataz se pasea entre las filas y señala a algunos tocándoles el pecho con su bastón.

—Tú, tú, tú y tú. Si hacen falta más, luego volverá la camioneta.

Es el bastón que decide el hambre o el jornal. La mirada avergonzada al llegar a casa con las manos temblorosas y vacías, la mirada primero ansiosa y luego abatida de la mujer que espera un puñado de legumbres, la mirada acuosa de los niños que se estremecen al caer el sol.

Cuando se marcha la camioneta, el hombre que hay a tu lado trata de correr tras ella, le fallan las piernas y cae al suelo. Golpea los adoquines con las manos mientras llora de rabia. Alguien le ayuda a levantarse y lo trae junto al grupo. Todos se sientan.

Comienza la espera, tabulada por las campanadas del reloj de la iglesia.

Aún recuerdas cuando tu padre trabajaba su propia parcela. Lo recuerdas maldecir al cielo mientras desmenuzaba en su mano un terrón reseco de tierra. Lo recuerdas suplicando lluvia, imprecando al granizo, llorando de felicidad cuando reunía un saco de grano, llorando de miedo cuando se agostaba el cereal.

Luego tuvo que vender su pequeña parcela para pagar las deudas que contrajo por comprar comida. El hambre crea la deuda y hace que las parcelas sean cada vez más grandes y propiedad de menos gente. Las grandes cosechas necesitan más brazos. Más brazos equivalen a más jornales. Más jornales suponen jornales más pequeños. Y los jornales pequeños traen de la mano el hambre. Así se cierra el ciclo. Del hambre no se sale, de la riqueza tampoco. Todo el mundo lo sabe. Tu padre también lo supo el día que anudó una soga en un apartado olivo.

El sol cae a plomo. Se abren los míseros zurrones en la plaza. Muchos no tienen zurrón; muchos se sienten incapaces de robar a los suyos un mendrugo de pan y bromean con los demás diciendo que con el estómago vacío se dobla uno mejor sobre el azada. De alguna parte sale una bota de vino aguado. Se extiende un pañuelo sobre los adoquines y sobre él van cayendo los mendrugos de pan, las cortezas de queso, los higos secos. Alguien entona una copla entre dientes.

Y tú, gran propietario, si pudieras ver esta escena empezarías a sentirte nervioso.
¿Ves a esos hombres? No permitas que se hablen; divídelos, haz que se teman, que se odien. Porque hay una operación aritmética muy peligrosa para tus intereses: "yo tengo un poco de comida" + "yo no tengo nada que comer". Si el resultado es "muérete de hambre", has triunfado, gran propietario. Pero si esa suma es igual a "nosotros tenemos algo de comida", tu némesis se ha iniciado. Es el paso del "yo" al "nosotros" que dijo alguien. Es lo que tienes que bombardear si no quieres ver peligrar tu estatus.

Un hombre solo y desesperado no está tan solo y desesperado si se junta a otros que están como él. Tú no puedes entenderlo; cada uno de tus bienes te deja anclado en el "yo" y te separa del "nosotros".

Las horas pasan lentas y la furgoneta no vuelve. Piensas que ya no volverá pero nadie se mueve. El cura cruza la plaza y os dirige una mirada recelosa. La pareja de guardias patrulla su prepotencia con la autoridad provocadora que concede un mosquetón. Nadie os mira. No existís. Sólo sois manos, y vuestras manos sin un azadón o una hoz no son nada.

Debes regresar a casa y extender ante los tuyos las manos vacías. El alcalde sale del bar de la plaza chupando un habano. Se para ante vosotros, los que sólo existís una vez cada cuatro años.

—Vosotros sí que sabéis vivir, todo el día ahí sentados al solecito, bribones.

Y se ríe, su papada adiposa tiembla con las risas. Escupe la colilla del habano que cae a tus pies. La miras; no recuerdas cuando fue la última vez que fumaste.
Coges la colilla, manchada de saliva y de tierra. Un pensamiento llega fugaz y se asienta en lo más hondo de tus entrañas. Una idea antigua, más antigua que el concepto mismo de idea, más elemental que la propia hambre. Una idea hecha de carne misma.

Aplastas la colilla entre tu mano callosa, como tu padre hiciera con los terrones secos de tierra. Abres la mano y el viento esparce las briznas de tabaco.
Una lágrima cae de tu ojo al suelo.

Una semilla. Algo germina entre los adoquines de la plaza.

Málaga, junio de 1999

Foto de Manuel Cascales, Pinos Puente (Granada), década de 1960

bar

Información sobre uso de este material: consultar con el autor
Publicado en mujerpalabra.net en la primavera del 2010