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Pensamiento - Contra la violencia misógina y machista

Volver a Activismo - Feminismo - Nuestro cuerpo Honores por lapidación (2008)

Volver a la Autora Ana Isabel Espinosa

"Nuestra hermana Aisha pidió a la corte islámica ser juzgada y castigada por el crimen cometido", "admitió ser una adúltera", "demandó la Sharia y el castigo que merecía". El líder islámico de la ciudad portuaria de Kismayo (al sur de Somalia), el jeque Hayakallah, pronunció estas frases el pasado lunes ante la multitud que presenció la muerte de la adúltera por lapidación.

Aisha Ibrahim Dhuhulow, de 23 años, fue arrastrada a la plaza atada de pies y manos, metida en el agujero, entre desgarradores gritos de protesta, que un saco negro —que cubría su cabeza— no consiguió ahogar. Fue entonces cuando sus familiares rompieron filas de entre la multitud, para encontrarse con los disparos de los islamistas, que se cobraron la vida de un niño. Pero aún así la lapidación, que un millar de personas observaron, continuó lenta e inexorable, como la misma muerte que no llegaba para Aisha, pues hasta tres veces pararon la tortura, para comprobar si la joven había fallecido, continuando tras ella.

Los islamistas, que controlan la ciudad de Kismayo desde el pasado mes de agosto, no permitieron a los cámaras de televisión o a fotógrafos asistir a la lapidación, pero sí consintieron la entrada de medios impresos y radios. Posteriormente, en una entrevista, Hayakallah aseguró que la mujer había confesado haberse casado con dos hombres y reiteró que ella había pedido la aplicación de la pena. Los familiares de la joven niegan los hechos, reclaman ayuda internacional, mientras ven frustradas sus ansias de justicia, en un país donde las armas y la religión —conjurados a muerte— controlan quién vive y quién debe ser eliminado.

No es la primera vez que en África se invoca la Sharia para justificar la lapidación de una mujer, terriblemente, tampoco será la última, si no ponemos todos el empeño de involucrarnos en que no vuelva a pasar, como ya sucedió en el 2001 cuando la nigeriana Amina Lawal fue condenada por un tribunal por haberse quedado embarazada fuera del matrimonio. Debía haber muerto también por lapidación, pero el apoyo de organizaciones de derechos humanos locales y una campaña mundial, en su favor, consiguió, dar la vuelta a la sentencia.
Las muertes no cesan y el año pasado se produjo la lapidación de una chica de 17 años de la secta yazidi, en Irak, por haberse enamorado y convertido al Islam. Unas 2.000 personas asistieron a su asesinato en Bashika, cerca de Mosul, al parecer, a manos de familiares que se oponían a su conversión.

Son mujeres que se oponen a que otros gobiernen sus destinos, jóvenes débiles de cuerpo, pero no de voluntad, que ven abocados sus destinos a hacer lo marcado, a no salirse de los límites establecidos por fanáticos, que usan el nombre de Dios en su propio provecho, hombres sin alma, pero con armas, que siegan lo mejor de las cosechas africanas.

No habrá paz, ni podremos vivir tranquilos, mientras sobre nuestras cabezas ondee la bandera de la opresión y el vergonzante conocimiento de estos hechos.   

No es la mujer moneda de cambio, de normas y preceptos sobrepasados y machacados, a golpe de muerte anunciada.
No es la mujer marioneta, en manos de políticos corruptos de Dios, que invocan la justicia divina, para saldar sus cuentas de perpetuación en el poder, a cambio de grandes dosis de miedo y castigos infinitos en la tierra.

No son las bombas, ni las piedras, material con el que comercian los dioses de los limpios y puros, no es la sangre de inocentes prebendas sagradas que llevarse al altar, mas que de fanáticos necios y obtusos…

No es la muerte de Aisha mas que un capítulo más de un continente poderoso y mágico, cuna de todas las civilizaciones y tan rico en genero humano, tan puro, que solo la escoria mas ruin podría quererlo contaminar, con  teocracias, de fusil y sangre, que invocan el nombre de Dios, no con salmos, sino con muertes y llantos.

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Publicado en mujerpalabra.net en el otoño 2010