A las salas abiertas de mi conciencia
en los días del aire electrizado,
llega el rumor de sus faldas,
de su furia y su estupor,
y el gemido al alzar los ojos,
ver el filo del hierro y abajo,
la madera húmeda de sangre.

Qué crueldad inconcebible la de los patriarcas:
imponer a seres inteligentes la vida de objeto o la muerte.

Olimpia de Gouges, Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791):

“Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los gobiernos (…) reconocen y declaran (…) los siguientes derechos del hombre y del ciudadano.
Las madres, las hijas y las hermanas, representantes de la nación, piden ser constituidas en Asamblea Nacional. Considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer son las únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una solemne declaración los derechos naturales, inalienables y sagrados de la mujer (…)”

Guillotinada por pedir que la Declaración de Derechos del Hombre fuera de Derechos Humanos, que las incluyera.